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Buscando el alma de Jerez II Parte

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Buscando el alma de Jerez II Parte

…Dejamos atrás las bodegas de González Byass y seguimos nuestra ruta hacia la plaza Silos, allí una de las puertas de la bodega de Maestro Sierra se encuentra entreabierta que a pesar de los innumerables coches que entran y salen de la bolsa de aparcamiento en dicha plaza, la fragancia a jerez llega punzante a nuestro olfato.

Caminamos hacia la plaza de San Miguel, atravesando Carbón, hasta llegar a Santa Cecilia. Allí asoma el monumento principal del arrabal de San Miguel, su impresionante torre se alza soberbia presentándonos a la bizarra iglesia con nombre del guerrero arcángel, donde sólo el piar de unos gorriones y el zurear de las palomas dan una sensación de recogimiento personal, de tranquilidad. Avanzamos por calle Barjas y esa fragancia vuelve a palpitar suavemente en pleno arrabal.

Llegamos a la Cruz Vieja y torcemos a la izquierda por Molineros hasta llegar a plaza de las Angustias y Porvenir. Autobuses, coches, polución… son cerca de las 11:30 de la mañana y el cielo se vuelve a despejar, justo con esa contaminación un leve bálsamo hace que mire hacia las ventanitas trasera de la bodega Diez Méritos. Lúgubres, misteriosas, como si hubiese permanecido allí en una burbuja del tiempo. Avanzamos hasta el bulevar de Madre de Dios y justo ahí, en la calle Manuel Torres, al lado del convento de vía crucis de Madre de Dios encontramos el busto del sublime cantaor jerezano que da nombre a dicha vía. Nuestra imaginación comienza a localizar lo que sería ese cinturón bodeguero donde Manuel Torres se crio, muy cerquita de allí, justamente en la calle Álamo, delante de las bodegas de la insigne Doña Pilar Aranda.

Seguimos caminando hasta enfilar la calle Madre de Dios, donde parte del cinturón bodeguero está derruido, vacío o reinventado, en la mitad más o menos de dicha calle a nuestra derecha hallamos la bodeguera calle de San Luís. Gracias a Dios, nos encontramos frente a frente con la Bodega de Álvaro Domecq. El Silencio del camino tras esa esencia a oloroso hace que dejemos atrás esa tristeza de ver casi todo un patrimonio bodeguero destruido y encontrarnos una empresa sensata que mima nuestros vinos, manteniendo jereces de alta calidad empleando las prestigiosas soleras de la familia Aranda, la bodega almacenista que fue la más antigua de Jerez.

Tras este instante de esperanza, volvemos tras nuestros pasos, pero esta vez vamos a alcanzar la calle Diego Fernández de Herrera, marchamos a paso firme, el tráfico y la contaminación acústica vuelve a resurgir más aún si cabe. Avistamos a nuestra derecha la calle Manuel Yelamo Crespillo, nos apoyamos en la pared de la bodega para atarnos uno de los cordones de nuestro zapato. Tras ese momento de soporte, y ante toda esa polución parece que surge un pequeño aliento de las centenarias ventanas bodegueras de Diez Méritos, esta vez parece que es más punzante el amontillado, vivo y añejo tras sus paredes, respirando y abrigándose en esas botas jerezanas que lo cuidan. Realmente es un choque entre lo místico y lo real, la polución, el ruido frente a la tranquilidad, el aroma y el silencio.


Dejamos Manuel Yelamo Crespillo y nos adentramos en la Calle Medina, giramos a la izquierda y nos metemos por calle Huerta Pintada, un leve aroma vuelve a surgir de las entrañas de la bodega. Esta vez nos santiguamos besando el pulgar y el índice, estamos ante las bodegas del Dios Baco, una bodega familiar y de tipo ‘catedral’ de gran prestigio e inmejorable calidad que mantienen desde 1848, aunque sus orígenes se remontan al año 1765. Siendo tres edificaciones la que conforman las dependencias bodegueras, constituyendo “su principal joya un plano arquitectónico denominado La Cruz o Rincón de Baco, presidida por una cruz de hierro señalando que en ella se celebraban cultos religioso” eso sí, con buen vino… así se toca antes el cielo.

Tras dejar a Baco, caminamos entre las ‘sentrañas’ del Barrio de Pio XII, llegando hasta calle arcos y bordeando las bodegas de Harveys pertenecientes a la multinacional Beam Global y localizando la cercana calle de Muñoz Cebrián. ‘Buchito’ de agua para aguantar la fatiga del camino ‘y vamos palante como los de Alicante’. Cuantas veces abre cogido este camino para ir a mi comedia del alma. Aunque ahora busco otra alma. Mientras me pierdo por mis Lapsus, un aroma penetrante, punzante muy parecido mana de las bodegas Lustau y Emilio Hidalgo ¡No se puede imaginar! Simplemente hay que vivirlo in situ. Sólo cuando estuve en calle San Blas o Ildefonso note esta misma fragancia intensa y de forma permanente. Buena culpa de ello son los vinos de Emilio Hidalgo ya entrando por calle clavel y sobre todo en la calle Alcalde Francisco Germán Alsina, aunque la bodega La Campana y La Emperatriz no se quedan atrás, en el interior de las bodegas Lustau, donde mandamos desde estas letras nuestro agradecimiento al trato y orientación del compañero Juan Mateos Arizón que nos ilustró con todo detalle sobre dichas bodegas.

En ese instante nos paramos, saludamos a un conocido compañero y empezamos a divagar. Imaginamos esas bodegas mudéjares de Hidalgo de clásica construcción con anchos muros y elevados techos de viguería con teja antigua, arropando y haciendo posible la crianza y envejecimiento del Jerez, justo a mi izquierda, todo lo contrario, donde encontramos esas inmensas bodegas catedrales donde se almacenan las excelentes soleras de lo que antaño fueron los grandes jereces de Domecq y ahora mima Lustau.

Vino, albero, frescor y botas que añejan el jerez como esas telas de arañas que acarician los cascos jerezanos mostrándonos el paso del tiempo. Nos queda una buena caminata para alcanzar calle Pizarro, así que hacemos paradita en uno de los tabancos de la zona del barrio de San Pedro. Tras tantear calle Pajarete, tenemos la obligación de mencionar el vinagre de Jerez de Manuel Páez y como ante el olvido de lo que fueron las bodegas de Real tesoro ahora apenas se mantienen en pie y donde esta pequeña bodega de vinagre y alguna que otra madre de oloroso y amontillado en su interior abre camino a la esperanza.

Sorprendido de lo que estamos encontrando y comprobando que el alma de Jerez sigue existiendo, dejamos atrás el barrio de la Albarizuela y lo enlazamos con el de Santo Domingo y Divina Pastora. Justo ahí, nos dirigimos a la denominada Ruta de la Plata, en una de sus calle nos desplazamos hacia la calle Pizarro, allí se encuentran las bodegas del hombre de la capa negra, Bodegas Sandeman, de su puerta salen cuadrillas de turistas, casi todos en pantalones cortos.

Saludamos a Zoilo y nos colamos en la bodega La Grande, el aroma es intenso en todo su patio exterior, caminamos un poco por su alrededor y nos sentamos en uno de sus bancos. Grandes Jazmines de intenso aroma no pueden combatir la fragancia del Jerez que emana de las bodegas de Sandeman, la visualización del color albero, la buganvilla o el jazmín junto a la arquitectura bodeguera y la Real Escuela de Arte Ecuestre al fondo hacen que sea un lugar monumental. Realmente precioso y digno de visitar.

Nos levantamos, y seguimos nuestra ruta, esta vez enfilamos Pozo del Olivar hasta encontrar calle Ancha, allí nos adentramos por uno de los arrabales o barrios más flamencos de Jerez, me refiero al barrio de Santiago. Andando por sus calle me dan ganas de ponerme el cuello de mi camisa ‘a lo cayo real’… Vemos nuestra queridísima iglesia de Santiago, que parece deteriorarse más si cabe bajo la atenta mirada indignada del busto del magnífico cantaor “El Sordera”. Un poquito más ‘palante’ nos metemos en calle Jardinillo, justo ahí, es uno de los sitios para terminar una ruta, un colofón y una auténtica maravilla, el Jerez más rancio y castizo se encuentra en esas pequeñas callejas, rodeado de tres bodegas, Almocadén, Fernando de Castilla y Sánchez Romate advirtiéndonos que el Jerez sigue vivo.

Almocadén debe su nombre al árabe de significado “Capitán de tropas encargadas de cuidar campos” y su pago está entre los del Carrascal y Macharnudo, denominándose Almocadén. En la calle San Francisco Javier encontramos las bodegas Rey Fernando de Castilla, como anécdota en 1972, Fernando Andrada Vanderwilde “creó la marca Fernando de Castilla con el objetivo de producir el Brandy más selecto de España, más adelante incorporó un Pedro Ximenez excepcional y un vinagre de Jerez” considerado por muchos una maravilla terrenal.

 

Tras esta larga ruta, rompemos ‘el mito’ de que Jerez ya no huele a vino, a pesar de que en tiempos pretéritos su olor fuese más intenso, ya que actualmente esa cerca bodeguera que rodeaba la ciudad, en parte ha desaparecido o ha sido trasladada al extrarradio. Nosotros desde este artículo hemos intentado ofrecer una nueva visión, de concienciación y respeto por nuestro vino, su aroma… en conclusión; el alma de Jerez.

Tenemos un gran tesoro que debemos de mimar y un alma única que debemos de venerar y sensibilizar como patrimonio nuestro… «que no se pierda en el tiempo como las lágrimas en la lluvia” a lo Blade Runner y lo más importante; agradecer el no “haberme cogío un refriao en esta ruta” ‘va por ustedes’. Salud.