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El Pañuelo de Antonio

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El Pañuelo de Antonio

Artículo Publicado por Francisco J Becerra en la columna de la página web del Consejo Regulador de la D.O Jerez-Xerés-Sherry y Manzanilla de Sanlúcar.

Hoy me estreno en esta columna, con un relato que emerge de ‘la cultura del copeo’ de mi tierra. Si os hablo de una pieza cuadrada de tela fina, generalmente de algodón y que se usa principalmente para atrapar el estornudo inoportuno, limpiar esa nariz, secarse el sudor o enjugarse las lágrimas, todos opinarían que es un pañuelo.

Pero y si os digo que esa pieza de tela tiene otra utilidad, y añadimos los caracteres aromáticos del Jerez provenientes sobre todo de la gama oxidativa de Olorosos, Palos Cortados y Amontillados nos pondremos en contexto. Antonio, perfuma su pañuelo y lo embalsama con este último generoso, un viejo amontillado, -ese Jerez de altura entre el velo y la oxidación-.

‘El Niño del pañuelo’ así lo conocen, aunque de niño tiene bien poco, normalmente se toma una copa entre amigos a eso de las doce y cuarto del mediodía, siempre controlando su reloj para estar con puntualidad inglesa en los dos sitios donde para. Para algunos –valga la redundancia-, era un ‘curdela’, para otros un jubilado más y para el que escribe un entusiasta de nuestra tierra.

Una vez nos cruzamos en la barra de un Tabanco, la primera copa que se pedía era de Oloroso, él decía que era “Pa hacer la cama”. Reclamaba al instante unas olivas del tiempo y alternaba más tarde con tres copas de Fino para no “quedarse cojo”, en total le expedían cuatro jereces. Dos generosos en cada uno de los dos establecimientos que frecuentaba. ¡Superstición! Puede ser, pero para el acervo de los arrumbadores un número impar es mala pata.

La última copa, ‘la penúltima’ en el lenguaje de barra, la tomaba más pausadamente, sus gruesos dedos cogían la copa firmemente por el tallo, su mirada altanera y penetrante te desnudaba al instante, quizás por todo lo que ha vivido, quizás por los palos de la vida, -seguro que no vamos mal encaminados en este último pensamiento-. Nos fijamos en su pañuelo y le preguntamos el porqué le añade vino, sonríe, y nos contesta amablemente; “trabajé en bodega toda mi vida y esto que llevo es el perfume de mi tierra, siempre lo guardo junto al corazón porque a Jerez olía mi padre y ahora huelo yo” Me dejó sin palabras, sólo salió de mi boca un ¡Ole tú y tu pañuelo Antonio!

Hoy “el Niño Antonio” ya no está con nosotros, pero entregó su testigo a su hijo, el que para no perder la original costumbre de su padre, se pasea por tabernas, bares y tabancos con el pañuelo que tanta crianza oxidativa lleva impregnado en sus puntas anudadas de algodón.

Y ahora yo me pregunto, ¿seguirá esta tradición generación tras generación?

Dedicado a mi tío Antonio, arrumbador de las Bodegas Domecq.