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Casas para una ciudad vinatera (II)

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Casas para una ciudad vinatera (II)

La vivienda puede, con frecuencia, ser un reflejo de la personalidad de su propietario, de aquél que la manda a construir, expresando con estos edificios sus inquietudes y anhelos.

¿Cómo fueron las casas de esos pioneros bodegueros del siglo XVIII y qué imagen de sí mismos proyectaron en ellas?

Muy conocido es el caso de la monumental construcción erigida por Antonio Cabezas de Aranda, el actual Palacio Domecq, prototipo y máxima creación de la arquitectura doméstica barroca local. Menos se sabía sobre las moradas de otros impulsores de la industria vinatera de esos años.

Casas para una ciudad vinatera (II)

Uno de éstos, Francisco Romano de Mendoza, compartió con Cabezas sus aspiraciones nobiliarias. En 1775 ambos reciben el ansiado reconocimiento. Al primero se le reconoce su hidalguía, el segundo se convierte en Marqués de Montana.

Si Domecq se levanta con ostentación entonces para testimoniar este logro, la casa de Romano ya era en la década anterior “una de las mejores de la ciudad, por su hermosa estructura y famosa disposición”.

Con estas expresivas palabras se alude a ella en la crónica de la visita a Jerez del embajador del sultán de Marruecos en 1766 ya que fue la elegida para hospedar a este exótico e ilustre personaje.

La casa tenía un origen anterior, relacionado con viejas estirpes jerezanas como son los Zarzana y los Ponce de León. Fue comprada en 1752, siendo reformada y ampliada tras la sucesiva adquisición de otras fincas limítrofes. Además de un oratorio adornado por un retablo de Andrés Benítez, sabemos por viejas fotografías que poseía un vistoso patio al que daba una excepcional escalera principal de doble arranque.

Se situaba en el actual nº 16 de la calle Francos. Un bloque de pisos ocupa ahora su lugar, testimoniando otro momento histórico de Jerez, el del desprecio hacia la arquitectura de nuestro rico pasado.