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Casas para una ciudad vinatera (III)

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Casas para una ciudad vinatera (III)

Juan Haurie supone el contrapunto a la ostentación y búsqueda del ascenso social que encarnan Antonio Cabezas y Francisco Romano. Haurie era francés y mostró mayor conciencia burguesa que sus dos aliados en la lucha por la liberalización del sector vinatero. Así, bajo su liderazgo no sólo se desarrolló, en los años setenta del XVIII, el pleito contra la aristocrática oligarquía cosechera, sino también una disputa con la Iglesia por unos impuestos sobre el vino con los que se financiaba la construcción de la Colegial.

En este contexto Haurie reedifica su vivienda, ubicada en la calle Tornería nº 5. El primitivo inmueble lo heredó de otro comerciante extranjero, el irlandés Patricio Murphy. Unidos ambos en la amistad y en la industria vinícola, crean las bases de lo que será la posterior firma Domecq. En 1772 Haurie compra dos casas anexas para ampliar las dependencias de una morada desde la que dirigió sus crecientes negocios. En 1773 el carpintero Juan Falcón estaba a cargo de la obra.

Casas para una ciudad vinatera (III)

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La casa parece reflejar la condición burguesa de su dueño. Aunque con la estructura habitual de dos cuerpos y soberado, su aspecto es más sobrio que el de otras fachadas civiles del momento, llamando la atención la portada principal, sin decoración vegetal pero con dos posibles representaciones de oriente y occidente a través de sendas cabezas tocadas con plumas y turbante, que podrían aludir a la dedicación de exportador del propietario.

En este mismo sentido, destaca la torre-mirador que se yergue a un lado y que conecta con la arquitectura doméstica de ciudades mercantiles como Cádiz y El Puerto. En cambio, en el patio, columnas y arcos en esviaje participan del interés por la perspectiva de arquitectos locales como Juan de Vargas o Juan Díaz, acaso vinculados de alguna manera con las trazas de este singular edificio.

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