Toda ciudad tienes colores y aromas que las distinguen del resto, no estamos hablando por ejemplo del anuncio de la primavera con el aroma característico de nuestros innumerables naranjos, tampoco esa fragancia exquisita que comprende la llegada de la estación estival, donde la Dama de noche se hace presente. Ni siquiera hablamos del jazmín, que tantas calles de Jerez inunda con su perfume, o la lechosa flor de la jacaranda… Jerez tiene un duende como se diría en los arrabales de Santiago o en San Miguel, un alma que todavía en pleno Siglo XXI el capitalismo exacerbado, la polución y la destrucción masiva por parte de los de arriba hacia nuestro patrimonio no han podido devastar.
Ese Jerez de nuestras abuelas y abuelos, de padres y madres olía a vino, un cinturón bodeguero que formaba una segunda cerca de la ciudad, impregnaba de perfume los andares jerezanos. El alma de Jerez olía a Jerez, muchas de esas bodegas decimonónicas de estilo mudéjar y catedral, han sido demolidas por la sinrazón del Gran Caballero Don Dinero y tras ese derribo el aroma a Jerez, su alma, parecía haberse enviado al destierro o a la completa desaparición. Pero a los amantes de Jerez, de su esencia se os invita a una ruta de esperanza, que este mismo que escribe caminó y comprobó que en nuestras calles siguen oliendo a vino de Jerez.
Sin ir más lejos nos encontramos en el Barrio de la Plata, justo en la puerta de la Iglesia de Santa Ana, el día nace despejado y decidimos adentrarnos en las arterias del Jerez, enfilamos la calle Lealas, una preciosa calle que desemboca en uno de los rincones más bellos para mi gusto particular, el cruce entre calle Ancha y la calle Porvera. Avanzando por Lealas divisamos un tráfico continuo aun así, el aroma que fluye de las ventanas de las bodegas de Sánchez Romate es palpable, el bálsamo a Jerez amontillado es impresionante y nos hace contemplar por el sentido olfativo, esa amalgama de oscuridad y misterio que emana de sus frescas ventanas. Andar por esta calle sobre todo cuando llegas a la esquina con calle Cervantes te hace notar como el aroma punzante se acentúa y cosquillea junto con la plasticidad de la negra fachada de la bodega de Cardenal Mendoza, propiciada negrura ocasionada por los vapores de alcohol de su excelente Brandy.
Siguiendo la Ruta a través de calle Ancha y Merced en pleno barrio de Santiago, llegamos hasta la basílica de la Patrona de Jerez, la virgen de la Merced. Justo en frente divisamos la muralla almohade y nos adentramos en el intramuros de la ciudad, en dirección al castizo y señero barrio de San Mateo. De nuevo nos viene el mismo aroma que nos embriagó en calle Lealas, frente por frente a Bodegas Tradición, en calle cordobeses y justo detrás del Palacio Riquelme, una joya del plateresco y renacimiento jerezano que está en pésimo estado por mala gestión de “los Señores”. Cruzamos a una angosta calle que nos traslada al medievo, una calle de leyendas y diablos que se baten a capa y espada, el denominado rincón malillo con sus empedradas calles nos abrigan con fuerza, y el aroma a Jerez de las bodegas Tradición se hace cada vez más agudo. Admiramos la Iglesia de San Mateos y nos acongoja la historia que entrañan sus calles y su presencia, estamos en el Jerez más puro y a la vez el más olvidado. No se escucha nada más que el cantar de un solitario mirlo. El cielo parece encapotarse a falta de magia negra, pero se mantiene la misma brisa con la cual a brotes leves nos acaricia el olfato con los VORS o vinos más viejos de la Bodega Tradición, sinceramente estoy disfrutando como un niño por la antigua medina jerezana.
Dejando atrás la iglesia de San Mateo y la popular plaza del Mercado caminamos hacia la Puerta de Rota, es aquí donde llega nuestra gran sorpresa. Debemos de pasar primero por calle San Blas, las bodegas que nos rodean fueron un día perteneciente a la casa jerezana Domecq, hoy en día forman parte de la multinacional Beam Global. Al transitar por esa vía estrecha y con la mente puesta en la Puerta de Rota, mi olfato me advierte de algo casi espiritual, una fragancia impresionante a oloroso y amontillado de gran solera, hace incluso que me detenga para disfrutarlo, si estaba buscando el alma de Jerez en una zona pública, os lo aseguro, ese debía ser el aroma que olía al Jerez de antaño. Los pelos como escarpia, cuando te fagocita un barrio tan señero y antiguo como es San Mateo y te regala ese perfume en tan angostas calles. Ese silencio y esa monumentalidad que añora por sobrevivir ante la codicia humana, es un choque brutal al encontrarte con él, simplemente no lo esperas. En ese momento nos cruzamos con el amigo y tocaor Chusco, nos sonreímos y le comento mientras andamos en direcciones contrarias,- ¡Cómo huele niño! – Señalando al mismo tiempo a las ventanas de la bodega el Castillo -¡Huele a Jeré!- Me contesta con una sonrisa de oreja a oreja, sin duda alguna la calle San Blas huele a Jerez añejo amigo Chusco.
Desembocamos en Puerta de Rota, contemplamos una gran torre ensamblada en una de las bodegas catedrales de la antigua casa Domecq, la bodega el Castillo, vislumbramos para el receptor sensible los dos grandes periodos de la historia de Jerez, S XIII y S.XIX. Tras admirar la torre que da nombre a esta bodega, retrocedemos de nuevo por San Blas la misma calle donde supuestamente entró personalmente el rey castellano, Alfonso X el Sabio tras su conquista definitiva del Jerez musulmán, aunque esa vez Jerez debía de oler a otra cosa en vez de a vino.
Dejando atrás la bodega el Castillo, vemos el balcón esquinero del palacio del Pantera y nos encajamos en la calle San Yldefonso, hacemos paradita en el patio de las Parras y nos impregnamos del olor a Jerez que se comprende en toda la calle. Silencio, aroma a vino y madera, belleza plástica, frescor y brisa marina es lo que os puedo decir del patio de las parras. Justo enfrente el denominado San Mateo Chico, una capilla habilitada por aquello del terremoto de Lisboa por un “pequeño” derrumbe en la iglesia principal de San Mateo. Otra historia sin duda. Siguiendo la ruta dejamos atrás las bodegas Fundador Pedro Domecq, por introducir algo de información, son las más antiguas de Jerez, su fundación data sobre el 1730, todavía hay vestigios de esa época que se pueden contemplar en una visita a la misma bodega. Sus vinos duermen en cinco bodegas unidas por calle propias que como en la mayoría de las casas bodegueras decimonónicas jerezanas parecen una pequeña ciudad.
Sin más, encauzamos la cuesta del Espíritu Santo dejando el monasterio de las hermanas dominicas de mismo nombre a la derecha, una bajada de auténtico recreo para la vista y los sentidos. Y nos ponemos en rumbo a la catedral jerezana, imponente sede del poder católico-cultural en la ciudad. Justo al lado encontramos la famosa bodega jerezana de González Byass, una de las bodegas más visitadas del Marco, donde comprende al igual que la antigua bodega Domecq, en una pequeña ciudad cuyos habitantes son el vino y el Brandy de jerez. Tras sus puertas ampara a bodegas tan bellas y personales como la Concha, la Cuadrada, los Apóstoles, la Gran Bodega, la Constancia o San Nicolás.
Pero sin perdernos en la información, alcanzamos la plaza de la Encarnación, saludamos al Papa y advertimos un leve pero punzante aroma a jerez procedente de una de las ventanas enrejadas de la casa bodeguera de González Byass. A esto le unimos la plasticidad del entorno; un triángulo que comprende a los tres templos espirituales de la historia jerezana: la mezquita del alcázar al frente, la monumental Catedral a mi izquierda y el templo al vino a mi derecha en este caso las bodegas de González Byass. Ese aroma subjetivo nos envuelve frágil ante tanta historia. Sencillamente fascinante. Continuará…